jueves, 18 de febrero de 2010

La mano que se mueve...

Hubo un tiempo en que lo único que sabía era blandir mi espada para luchar contra mis demonios. Aquello era como mantener una lucha mitológica, una lucha ancestral, una lucha que escarbaba en los pechos de las personas, más haya de dinero, de fama, de amor al prógimo, de sabiduría.
Y mirando mi techo, ese techo de Bergamo, donde en las noches donde no dormía, contemplaba mi espada que ya reposaba cerca de la cama y miraba el circo de títeres en donde vivian mis demonios.